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A 75 años de la inauguración del Estadio Independencia

Por Gino Barducci Amor

Si se pudiera volver a 1945 después de haber vivido hasta el 2020, parodiando a doña Violeta Parra, desempolvo lo ocurrido ese año.

En el mes de septiembre empezaron a llegar las fotos y noticiarios con la destrucción y mortandad que produjeron las bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki. El horror que significaba ver a los sobrevivientes vagar llevando parte de sus cuerpos desprendidos, sus pieles quemadas, como muertos en vida, estremecían hasta al más fuerte. Chile, el 12/04/1945, le había declarado la guerra a Japón y figurábamos sin haber mandado ningún soldado, pero sí salitre y cobre de la mejor ley, a la espera de que las potencias vencedoras se acordaran de este lejano rincón en el reparto final de las utilidades. Nuestros oídos se deleitaban con la orquesta de Glenn Miller, y su “De buen humor” era silbado y acompañado de nuevos pasos en los juveniles malones.

En la parte deportiva el club Green Cross arrasaba con un plantel formado prácticamente con jugadores distanciados de otras tiendas, como Salfate y Camus de Colo Colo, Acuña de Audax Italiano y Carmona y el ‘Manco’ Ruiz de la Unión Española, a los que habían sumado excelentes jugadores trasandinos, como el meta Nobel Biglieri, el centro half Emilio Converti, el wing izquierdo Luis Orlando y ese escurridizo goleador que fue Juanito Zárate.

Mientras tanto, los colegiales de ese tiempo entreteníamos a nuestros cuerpos en competencias escolares de fútbol, boxeo, básquetbol y atletismo. Por mi parte, participaba en cuanta carrera se programaba, y no me importaba que fueran de 100, 200, 800 o 5.000 metros. Todos decían que tenía grandes condiciones atléticas, las que ya había demostrado el año anterior, y en éste no bajaba del tercer puesto. Me había echado el ojo un dirigente de la rama atlética de la Universidad Católica, don Fernando Galassi, y en varias ocasiones me invitó a reforzar su plantel, aún cuando no aceptaba me inscribiera oficialmente en sus nóminas, por cuanto mi repetida respuesta era que a mí me gustaba el fútbol por sobre toda otra actividad, y además era hincha del Audax Italiano y no iba a cambiar mi parecer. Además, las veces en que cuatro liceanos fuimos invitados a participar en la competencia que tenían los católicos, fuimos despreciados por sus integrantes que pertenecían a una elite aristocrática que les impedía congeniar con “roteques”, término suave entre otros peores con que nos calificaban. Tanto así que nosotros, los “cuatro mosqueteros”, hicimos un grupo aparte y nos propusimos ganar incluso hasta al favorito de la prueba, lo cual conseguimos en los entrenamientos un montón de veces, y les refregábamos su derrota en la lucha de clase que ellos mismos entablaron. A mis 3 compañeros los revolcaban por apellidarse Tapia, Calderón y Muñoz, además que vivían en Franklin, el callejón Lo Ovalle y Bernal del Mercado, no incluyéndome a mí, pues habitaba con mis padres en un departamento en Bandera 537, casi frente al entonces Congreso Nacional. Además, por ser mi apellido extranjero, marcaba leve diferencia. También se burlaban de nosotros por usar zapatillas corrientes cuando ellos tenían las con clavos, que eran importadas. Así, a pesar de la ventaja que eso significaba, cumplimos de sobra con nuestra condición social tan menospreciada por estos “niñitos bien” que llegaban en los autos de sus “daddys”. Varias veces me culpaba de gastar mis energías en un club donde sobresalía una elite de “niñitos bien”, que se desenvolvían en un ambiente que distaba mucho de mi sencilla manera de ser, pero como me había comprometido con el señor Galassi, resistía hasta que llegó el mes de octubre.

Viernes 12/10/1945

Como para limar asperezas, nos invitaron a participar en el desfile de todas las entidades de la Universidad Católica que desfilarían en la inauguración del Estadio Independencia que habían construido los “ceatoleí” en la homónima comuna, en la Plaza Chacabuco. Nos reunimos en el frontis de la Universidad ese viernes 12/10/1945 con nuestras tenidas recién lavadas con “Perlina y Radiolina”, y las zapatillas blanqueadas con “creta” subiéndonos en varias góndolas (hoy micros) y partimos. Nosotros, los “plebeyos”, de pie, pues los dueños de casa se habían apropiado de todos los asientos disponibles.

Linda impresión nos llevamos tan pronto pusimos un pie en la elegante, deportiva y flamante construcción, cuyas aposentadurías formaban una herradura de tablones. A un costado de la entrada, un medallón incrustado en la pared agradecía el aporte de los hermanos Octavio y Virgilio Solari por donar los terrenos y cooperar en la obra de tan magnífico estadio. Unos pasos más y una piscina reglamentaria estaba ubicada justo detrás del arco sur, separada de la cancha por una elevada reja, y luego venían los camarines.

Formadas en orden alfabético las distintas ramas de la Universidad Católica, debimos permanecer varias horas escuchando himnos, cánticos, bendiciones y tantos discursos que solo faltó el del que regaba la cancha. Después vino el desfile por la pista de ceniza y todo estaba colmado de público. Aparentemente era gratis la entrada, y al pasar frente a la tribuna había tal cantidad de “pollerudos” (como llamábamos a los curas), que se deben haber reunido allí cuantos habían en Santiago. Terminamos de desfilar y nos dieron un queque y una “Bidú” que apenas calmaron las tripas. Yo no me quedé al partido, pues tenía demasiada hambre, pero ganaría el dueño de casa por 4-2 al combinado de las universidades Santa María y de Concepción.

Vista general del nuevo estadio de la Universidad Católica. (foto revista Estadio)

 

La curva de la pista atlética y parte de las galerías del nuevo estadio. (foto revista Estadio).

Domingo 14/10/1945

Dos días después, otra vez voy hasta ese mismo estadio, ya que se mediría Audax Italiano con los católicos en el primer partido oficial en el nuevo campo por la fecha 16 del torneo. En el trayecto, en el carro 36, los hinchas de la franja azul sonreían ante un adversario al que aseguraban vapulearían. El ingreso a galería estaba por un angosto pasaje al final del estadio, y en la boletería reuní los $ 6 de la entrada, la que conservo hasta hoy como reliquia.

Entrada del partido Universidad Católica 2-9 Audax Italiano

Entraron los equipos a la cancha y la Universidad Católica era recibida con atronadores sonidos, y sus jugadores respondían con diversas manifestaciones que resumían lo agradable que era jugar en cancha propia, y que anticipaban los gratos momentos que estaban por ofrecer a sus hinchas. Los parlantes indicaron las formaciones: Universidad Católica con Livingstone, Buccicardi y Vidal; Clavería, Rucik y Carvallo: Sáez, Ciraolo, Eyzaguirre, Lago y Riera. Los aplausos se prolongaron tanto que casi no se oyó a quienes componían a Audax Italiano, pero nosotros, sus seguidores, los conocíamos bien, y la alineación itálica fue con Reyes (suplente de Chirinos); el ‘Chompi’ Henríquez y Roa; Villasante, Reynoso y Morales; Piñeiro, Fabrini, Giorgi, Varela y Alcántara. El árbitro sería David Amaro.

Partió el trío central de Audax Italiano y Fabrini abre el marcador en una jugada en el área chica. Pronto empataría ‘Perico’ Sáez con un furibundo tiro libre de su especialidad, adelanta Hugo Giorgi a los itálicos al empalmar con la rodilla un centro de Piñeiro, y vuelve a igualar la ‘UC’, cuando un disparo de Sáez es peinado por el back Roa produciéndose el autogol. Pero fue nuevamente Giorgi, que de cabeza dejaría el marcador 3-2 a favor de la visita. Hasta ahí un movido partido luchado a full por ambos contendores.

El gol de cabeza de Giorgi

Parte el segundo tiempo y, curiosamente, vuelve a poner en juego la pelota el conjunto de Audax italiano. Giorgi eleva la cuenta a cuatro con un débil tiro colocado. Varela se hace un picnic entre los defensores católico y anota el quinto. El sexto es del wing Piñeiro que, desde el costado derecho, remata y la pelota hace una curva y se introduce sin que el meta haga un intento por detener el balón. El séptimo lo consigue Fabrini con un remate desde fuera del área. El octavo fue de Alcántara al recibir un débil rechazo y dejar sin chances al ‘Sapo’ Livingstone, para coronar la jornada Hugo Giorgi, que elude a cuanto rival se le puso por delante, incluyendo a Livingstone y, antes que la pelota traspasara la línea de gol, la detiene, se da vuelta hacia el público, hace un gesto entre serio y burlesco y, con toda displicencia, la empuja suave a la red ante la mirada atónita de los 11 jugadores cruzados, la desesperación de su público y la tranquilidad de los jugadores audinos, que nunca imaginaron inscribir una monumental goleada, y menos que al mejor portero del Sudamericano de enero de ese mismo año, le pudieran hacer 9 goles.

Titular del diario La Nación del 15/10/1945

Fuentes: vivencias propias, revista Estadio y diario La Nación.

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