Fue exactamente a las 13:30 horas del día viernes 13 de mayo de 1966, cuando nació oficialmente el Club Deportes Antofagasta Portuario, en la notaría Echeverría de Santiago, donde se firmó el acta previa de la fusión de los clubes Unión Bellavista y Portuario Atacama, aunque oficialmente se conmemora y festeja un día después, el 14.
Fue el feliz epílogo de un ansiado anhelo no exento de múltiples dificultades y vicisitudes propias de una ciudad alejada de los límites del fútbol profesional, de autoridades deportivas nacionales con pensamientos tan retrógrados como centralistas y controversias internas entre los propios dirigentes antofagastinos.
La postulación respondió a la consecuencia lógica del victorioso desempeño de la selección antofagastina, que a nivel provincial y regional lo había conquistado todo; ostensible hegemonía futbolística de la mano de un joven entrenador llamado Luis Santibáñez, que estaba de regreso en la ciudad luego de su incipiente trayectoria por las divisiones inferiores del Club Deportivo Palestino de la capital y un posterior paso por Trasandino de Los Andes como entrenador, quien además aportó su conocimiento sobre la actividad futbolística a nivel profesional a los inexpertos dirigentes locales del fútbol amateur, cuyo limitado bagaje se reducía solamente a las competencias nortinas.
El entrenador Luis Santibáñez, transportado en andas, celebrando la conquista de un torneo provincial dirigiendo a la selección antofagastina (foto archivo personal).
Otro incentivo importante para dar el gran salto al fútbol rentado fue la inauguración del imponente Estadio Regional, el 10 de octubre de 1964, con la presencia del presidente de la República, Jorge Alessandri Rodríguez, quien recorrió toda la pista atlética en su limusina, bajo un marco impresionante de 35.000 enfervorizados espectadores, que disfrutaron de una tarde de fútbol entre la selección de Antofagasta frente a Chuquicamata, venciendo el cuadro antofagastino 4-2. En la previa se presentó un colorido espectáculo artístico, similar a los clásicos universitarios capitalinos.
Atrás quedaba la repudiada decisión del dirigente Carlos Dittborn, de excluir a Antofagasta como opción de ser sede del Campeonato Mundial de Fútbol de 1962, amparado en el retraso de las obras de construcción del coliseo de la avenida Angamos. Aquella adversidad, y otras contrariedades como sucesivas huelgas y escasez de acero procedente del sur, no amilanaron a los empecinados dirigentes del Comité Pro Construcción del estadio, comandados por dos hombres excepcionales, de reconocidos temples por sus incansables luchas a favor de la ciudad: el médico odontólogo Alberto Calvo y el agente de naves Miguel Bascuñán, cuyos apellidos desde cielo bajaron a grabarse en el frontis del Estadio Regional Calvo y Bascuñán, según el clamor y votación democrática de la comunidad antofagastina. 32 viajes, a través de siete años, debieron realizar a la capital, en gestiones diversas, para coronar con éxito tan portentosa obra.
El doctor Alberto Calvo Nieto y el agente naviero Miguel Bascuñán Pavez, principales artífices de la construcción del estadio antofagastino, que hoy lleva sus apellidos (fotos archivo personal).
También es pertinente consignar el fervoroso y apoteósico respaldo que brindó la ciudad a la selección chilena, previo al partido de desempate contra Ecuador a jugarse en Lima, el 12 de Octubre de 1965 para clasificar al Campeonato Mundial de Fútbol de Inglaterra 1966, en circunstancias en que la afición y medios capitalinos la apabullaron con afiladas críticas por su deplorable desempeño en los partidos previos y el pesimismo rondaba en torno al elenco dirigido por Luis ‘Zorro’ Alamos. En el viaje al Perú recalaron en Antofagasta y jugaron con la selección local, el día 7 de octubre, también ante el estadio atiborrado de entusiastas hinchas, que incentivaron a los jugadores nacionales con notables muestras de cariño y apoyo. El resultado quedó para la anécdota, 6-2 ganó la ‘Roja de todos’.
Chile clasificó en dramático partido, doblegando 2-1 a los ecuatorianos. Los elogios y agradecimientos se los llevó, merecidamente, la ‘Perla del norte’, constituyendo el broche de oro para calificarla como excelente plaza, apta para recibir el fútbol profesional de la Segunda División, incluyendo sus ventajas comparativas sobre la mayoría de los clubes chilenos: un clima privilegiado, sol cálido durante todo el año, un estadio reluciente, autoridades y medios de comunicaciones comprometidos con el club, una ciudad-puerto bullente de actividad y centro neurálgico -como siempre- de la minería y economía nacional.
Los jugadores de la selección chilena comparten con Antofagasta Portuario después del encuentro amistoso, previo a la definición ante Ecuador en Lima camino a Inglaterra 1966 (foto archivo personal).
Sin embargo, antes de postular surgió el primer desencuentro dirigencial, ya que el club Unión Bellavista se atribuyó el mayor derecho por ser el club vigente más antiguo de la ciudad (fundado el 12 de septiembre de 1896) y segundo de Chile después de Santiago Wanderers.
Unión Bellavista procedía del arraigo popular; enclavado en el antiguo barrio de la bohemia antofagastina, antro de prostíbulos, garitos y peleas entre matones; lenocinios y “camas para alojados”; barrio obrero, entreverado con el Matadero Municipal, la Compañía Cervecerías Unidas, el Ferrocarril de Antofagasta a Bolivia, la Compañía de Gas Valpo y la Planta Procesadora de Metales Andrómeda, allí donde comenzó a amasar su fortuna el empresario antofagastino Andrónico Luksic y su familia, incluyendo a su hijo primogénito del mismo nombre quien, como millonario e hijo ingrato, se olvidó por completo de agradecer y engrandecer a Antofagasta, su ciudad natal.
El club Portuario Atacama, otro tradicional animador de la competencia local, también se arrogó el derecho de representar a la ciudad, ya que contaba con el respaldo financiero de la Empresa Portuaria de Chile, compartiendo el aporte de más de 2.000 trabajadores de la filial Antofagasta. Además, ofreció trabajo inmediato a todos los jugadores que conformaban el plantel antofagastino. Quiénes trabajaban en aquella empresa se consideraban afortunados por los altos sueldos y otras regalías que percibían.
Ambos clubes postularon separadamente, pero el no rotundo desde la Asociación Central de Fútbol retumbó dolorosamente en la ciudad, desde el monumento La Portada hasta Coloso, el puerto de pescadores del extremo sur de la ciudad. El dictamen fue perentorio: o se unen ambas postulaciones o los dos clubes serán rechazados, otorgándoles 48 horas de plazo para cumplir con dicho requisito.
Las posiciones dirigenciales parecían tan irreconciliables, que debió intervenir el alcalde y profesor universitario, don Floreal Recabarren Rojas, un político tradicional que de fútbol nada sabía, ni le interesaba, pero amaba y vibraba con los asuntos de su ciudad natal. Con paciencia oriental escuchó los planteamientos de dos dirigentes por cada bando: El abogado Eugenio Veloso y Luis Lira, representando a Unión Bellavista y por el puerto Juan López y Jorge Jara, en largas reuniones que se prolongaron hasta la madrugada. Ya extenuado, les sentenció: “Vayan a dormir y reflexionen con la almohada, porque con sus posiciones inflexibles solo conseguirán frustrar el anhelo de tener fútbol profesional, desilusionando a toda la afición antofagastina, que confía en ustedes. Pónganse de acuerdo y mañana me vienen a visitar. No me voy a prestar para escuchar más discusiones”.
Finalmente, se logró la ansiada reconciliación. Aquellos cuatro dirigentes renunciaron a sus ambiciones individualistas, cediendo la presidencia al alcalde Recabarren, repartiéndose entre el resto los principales cargos.
En cuanto al nombre, se formó de la combinación de Antofagasta, por sugerencia de Unión Bellavista, y Portuario, por el respaldo de la empresa estatal del puerto. Se optó por conservar los colores albicelestes, en franjas verticales y alternados, de la selección local. Y como alternativa, se decidió por la camiseta rojinegra del Unión Bellavista, de igual coincidencia en el diseño a franjas verticales. Ambas camisetas tradicionales han permanecido a través del tiempo y se mantienen hasta la actualidad.
La selección antofagastina luce la tradicional camiseta con los colores albicelestes, desde las primeras competencias de fútbol aficionado (foto archivo personal).
Unión Bellavista en 1912, desde siempre con su tradicional camiseta rojinegra, que utiliza como alternativa el cuadro antofagastino desde su fundación (foto archivo personal)
El primer plantel se conformó con jugadores netamente del fútbol amateur antofagastino, más algunos refuerzos de otras comunas del norte grande. La única excepción fue el jugador Juan Páez, puntero derecho clásico, que había jugado por Trasandino de Los Andes y por Santiago Morning, club en el cual triunfaba ampliamente, pero en cuanto supo que Antofagasta ingresaba al fútbol profesional, no dudó en regresar para defender la camiseta albiceleste.
Sin embargo, las condiciones que impuso la Asociación Central de Fútbol, son difíciles de imaginar, cuantificar y aceptar en el funcionamiento del fútbol actual, en que cada institución es dueña de lo que produce. Antofagasta debía cancelar todos los gastos que emanaban al jugar como local: alojamiento, alimentación y los viajes ida y vuelta en avión del club visitante, además los gastos de árbitros, veedores y liquidadores de la recaudación del espectáculo. En aquella época viajar en avión era un lujo que solo podían solventar los más adinerados.
A tan despiadado trato, le agregaron la guinda de la torta: La recaudación se disputaba en la cancha. Luego de descontados los gastos, el 60 % se lo llevaba el ganador, y 40 % el perdedor. En caso de empate se repartía por partes iguales. La mayoría de los partidos de local se jugaron a tablero vuelto, tanto por el fervor deportivo como por la novedad del fútbol profesional.
Inversamente, en sus partidos de visita, Antofagasta debía cancelar, de sus propias arcas, aquellos onerosos gastos. En los tiempos actuales, ningún club hubiese aceptado tamaño disparate, pero sí los dirigentes locales de entonces, obedeciendo a tan preciado anhelo que emanaba como una gran voz, irrefutable mandato, desde todos los sectores de la ciudad.
Extraño caso el del nacimiento del club antofagastino. Nació grande, pero pequeño a la vez. Grande por el fervor, el entusiasmo, el respaldo en las graderías y en las arcas con más de 10.000 socios al día y respaldo institucional, pero pequeño por el leonino e inusual trato, que le impedía crecer y mantenerse como institución con futuro esplendoroso.
A la postre, aquella primera experiencia profesional en la Segunda División de 1966 lo ubicó en un discreto undécimo lugar entre 16 equipos, debido principalmente a la inexperiencia de jugadores y dirigentes; al desconocimiento de jugar en canchas barrosas y bajo la lluvia (de allí el mote de “potreros”, con que el tabloide Clarín tildaba a ciertos estadios del centro y sur del país). Y, por supuesto, los malos arbitrajes, que fueron una constante muy repetida en el historial del club antofagastino.
La colonia de antofagastinos residentes en Santiago apoyaba la presentación del cuadro albiceleste en sus partidos por la zona central (foto Revista Estadio).
En aquella época militaban en el ascenso algunos clubes muy pequeños, insolventes, sin arraigo, casi de nivel amateur, algunos hoy desaparecidos, que defensivamente se colgaban del arco con absoluta antipatía, intentando llevarse un punto y una suculenta recaudación que les permitiría financiar la planilla de la temporada. Todo eso con la complacencia de los árbitros, en una época en que no existía la televisación de los partidos. Los jueces viajaban en el mismo avión del equipo rival y tampoco existían las tarjetas amarilla y roja. Cuando todos creíamos que el árbitro expulsaba a un jugador, se trataba de simples ampulosos gestos de sus brazos, pero después de ser el juez tironeado y convencido, el jugador agresor continuaba en la cancha.
Aquel trato injusto, abusivo y discriminatorio, en lo económico y deportivo, tuvo su explosión cuando la afición antofagastina no soportó más y se rebeló contra la Asociación Central de Fútbol, al año siguiente, ya en 1967…(continuará).
Plantel Antofagasta Portuario 1966 | |
Nelson Flores | Manuel García |
Miguel Muñoz | Lautaro Encalada |
Juan Marín | Gregorio Silva |
Amadeo San Juan | Pedro Silva |
René Jáuregui | Marcelino Aracena |
Ernesto Jáuregui | Ángel Pérez |
Osmán Donoso | Sergio Ascuí |
Leoncio Carvajal | Luis Martínez |
Rodolfo Muñoz | Néstor Silva |
Juan Rojas | Leonardo Calvimonte |
Mario Terrazas | Buddy Van Gurp |
Benjamín Sarria | Raúl Reyes |
Pedro Klaric | Juan Alvarado |
David Barraza | Fernando Avalos |
Juan Páez | Nelson Olave |
Mario Páez | Luis Páez |
Cuerpo Técnico | |
Entrenador | Luis Santibáñez |
Ayudante | Buenaventura Sarria |
Preparador Físico | Gastón Moraga |
Kinesiólogo | Ernesto Letelier |
Masajista | Manuel Castillo |
Utilero | Clodomiro Faguett |
Presidente: | Floreal Recabarren Rojas |
Antofagasta Portuario 1966. Arriba: René Jáuregui, Miguel Muñoz, Rodolfo Muñoz, Pedro Klaric, Osmán Donoso y Leoncio Carvajal. Abajo: Juan Páez, Benjamín Sarria, Buddy Van Gurp, Lautaro Encalada y Marcelino Aracena (foto archivo personal).
Fuentes: Archivos personales, entrevistas y libros del autor.