Mi padrino Luis Navarro Rojas, tesorero ad honorem de la Asociación Central de Fútbol de Chile, había sido designado como uno de los directivos al Campeonato Sudamericano que se jugaría en la capital argentina y aceptó, con la condición de que fuera él el que corriera con sus gastos, los de su señora, que llamábamos cariñosamente ‘Toto’ (abreviado de Concetta), y el de un menor invitado, pues no tenían hijos.
“¿Diamo el permesso a Gigi di andare con i futballisti a Bonisaires?” (¿Le damos permiso a Gigi para que vaya con los futbolistas a Buenos Aires?), le hablaba mi progenitor en italiano a mi madre. Discutieron un buen rato y salió la aprobación. Carreras al servicio de identificación ya que debía llevar un carnet y me tocó el número 283.285, mientras en mi cabeza bullía incomprensiblemente: ¿cómo era eso de ir a otro país?, cuando mis escapadas en bicicleta se limitaban a ir de Peñablanca a Villa Alemana, Quilpué o Limache.
Llegó el día fijado después de Navidad, y con mi madre nos fuimos en tren hasta Las Vegas (Llay Llay), donde debía combinar con el que vendría de Santiago para proseguir hacia Los Andes. Abrazos y besos de encuentro, con mis padrinos, y los de despedida se sucedieron con bastante rapidez antes que el conductor piteara la partida. Mi madre, entre una repetitiva sarta de recomendaciones, recalcaba que en el cuaderno que llevaba anotara todo lo que viera para que la composición obligatoria de cómo pasó las vacaciones, que era tarea impostergable al inicio del año escolar en el liceo, fuera muy distinta a los demás por haber visitado otro país.
Ya en el vagón, la alegre zalagarda de los jugadores le daba un tinte especial a la situación. Me puse a escribir los nombres de las estaciones, hasta que en los Andes trasbordamos a un tren más pequeño que, orillando el rio Aconcagua, comenzó a trepar entre altos cerros. No me apartaba de la ventanilla para captar lo que mis ojos veían del paisaje cordillerano, dentro de la lentitud del tren Trasandino que trataba de elevarse hacia unas cumbres que aún tenían nieve. Pasamos un largo túnel y paramos en la estación de Las Cuevas. Habíamos entrado a Argentina y una bandera a rayas celestes y blancas reemplazaba la nuestra. Mientras cambiaban la locomotora eléctrica nacional por una a carbón, los jugadores aprovecharon de “estirar las piernas”, frase que escucharía varias veces más. Lo que más me extrañó fue que había que adelantar los relojes, así que tuvimos que saltarnos una hora, motivo que se oscureció en una estación llamada Polvareda, y muy luego me quedé dormido ya que estaba en pie desde las seis de la mañana. Me despertaron en Mendoza, y como sonámbulo me subieron a otro tren en el que me acomodaron con ‘Toto’ en un camarote del coche dormitorio. Apenas amaneció fui mirando un paisaje repetitivo de los campos, algunos sembrados y otros yermos, pero ningún cerro detenía el horizonte, por lo que me explicaron que era la enorme pampa argentina, una pradera tan interminable como monótona.
En el desayuno le preguntábamos al camarero, ¿en qué lugar estábamos? y su respuesta en un sonsonete muy extraño para mi, contestó: “Estamos en la provincia de San Luis, que es tan pobre que se la vamos a regalar a Chile”. Despectiva respuesta que, a pesar de mi poca edad, me dejó bastante molesto ante la ofensa que sentí, no solo para mi país, sino también hacia mi propia identidad. Luego, recuerdo que en Rufino los jugadores que venían en primera clase, bajaron a ese consabido “estirar las piernas”, y que aún faltaban seis horas de viaje. Lo mejor que pasaría en el trayecto fue el almuerzo en el coche comedor en cuanto a comida, aunque los muchachos se portaron harto mal, dándome mucha vergüenza su proceder. Al fin, después de 18 horas de viaje y ya atardeciendo, el tren hizo su entrada a Buenos Aires entremedio de un parque a orillas de un ancho río, cuyas oscuras aguas brillaban con tinte propio al darle sol poniente. Un poco más de andar, hasta detenerse en la estación San Martin, un caserón viejo y destartalado que impresionaba por su abandono. Ese bajar de maletas y bultos produjo un mayor tumulto y roces en el andén, con las personas que tomaban otros trenes locales, y uno ellos, que pasó a mi lado, lo sentí preguntar: “¿Llegan más shilenos a afanar?”, que si hubiera conocido antes ese término, inflando el pecho, le habría contestado que éramos la delegación de fútbol de Chile. Al poco rato se nos acercó una comisión de elegantes señores que, al darnos un breve discurso de bienvenida, los encontré muy soberbios, como si nos miraran en menos, y después de varios apretones de mano, indicaron que estaba pronto el “bondi” para la delegación y que en un “carro” iríamos nosotros. ¿En qué idioma hablan estos argentinos?, me dije para mi, ya que “carro” les decíamos en Valparaíso a los tranvías, y “bondi” me era desconocido. De todas maneras, no serían las dos primeras palabras que me dejarían turulato.
Anocheció cuando salimos de la estación en taxi, y por calles atestadas de gente seguimos, en la que para nosotros era una “góndola”, que llevaba a los jugadores hasta el lugar de concentración designado, ubicado frente a una plaza y a otra estación que luego, sabría, se llamaba Constitución. Los empleados de ese hotel casi arman una pelea cuando, al recibirlos, les dicen a los jugadores: “Trajeron los sacos para llevarse los goles argentinos?”, y volvieron a repetir: “¿los trajeron?”. Acomodarlos resultó bastante demoroso, ya que se portaban como chiquilines desordenados y, si hubieran sido de mi edad, nos habríamos llevado varios coscorrones de nuestros mayores. A pesar de las recomendaciones de acostarse temprano para entrenar al día siguiente, lo recibieron con sorna y más de uno contestó: “Estamos en Buenos Aires o en Capuchinos” (la cárcel para ciertos personajes en Santiago).
Miércoles 30/12/1936
Desde temprano, tanto en el hotel o al caminar por sus cercanías, los seleccionados chilenos fueron objeto de mofas, por cuanto anticipaban que serían avasallados por esos formidables cracks del equipo local. Nos decían que Bernabé Ferreira, el ‘Mortero de Rufino’, era imparable; Roberto Cherro, alias ‘El Apilador’, era extraordinario, ‘El Cuila’ Antonio Sastre, el mejor del mundo, y que nos veríamos con la habilidad del ‘Corsario Negro’ Enrique Guaita, la sapiencia del ‘Conejo’ Alejando Scopelli, que a ’Tarzán’ Fernando Bello no le haríamos goles, que nos iba a bailar Enrique García, el ‘Poeta de la zurda’, que ‘Don Pepe’ José María Minella era el patrón en medio de la cancha, y otros expresaban : “A qué vinimos si no a pasar vergüenza”, y: “Ahora verán lo que es el “fobal” argentino”, por describir lo más suave, que con una sonrisa debimos escuchar.
En el camino hacia el debut los hinchas nos hacían gestos con los dedos, indicando la cantidad de goles que nos llevaríamos y, al grito de: “¡¡¡Ar-gen-ti-na, Ar-gen-ti-na!!!, se les contestaba emparejándolo con “le-chu-gui-na, le-chu-gui-na”, que después supe se trataba del nombre de un prostíbulo santiaguino. Cada uno, dentro de sí, ardía de ganas de dejar bien puesto el nombre de Chile, notándose la pachorra que no los achicaría ante el peso del rival. Para entrar al estadio “El Gasómetro”, que pertenecía al club San Lorenzo de Almagro, en la avenida. La Plata, el “bondi” nos dejó bastante lejos, así que la policía montada tuvo que abrirnos paso entre la multitud de hinchas y, dentro de ese inmenso monstruo de madera atiborrado de gente, impresionaba su gritadera partidista y crujía entero. Hasta que ingresaron a la cancha los muchachos portando la bandera argentina se oyeron unos aislados aplausos.
Se inicia el partido y Chile jugaba de igual a igual, el ‘Cotrotro’ Jorge Córdova Olivares y el ‘Garrafa’ Ascanio Cortés liquidaban cualquier avance argentino. Raúl Toro Julio, con sus habilidades, y Tomás Ojeda con su velocidad, tenían a mal traer a los defensores albicelestes. “Cómo han crecido estos chabones che. Qué se creen estas marmotas, ya les va a caer la aplanadora!!!”, y el bullicio aumentaba hasta los límites de dejar sordo al más oidor. Y como a la media hora, Francisco Varallo nos metió el primer gol y, casi al final del primer tiempo, repitió Varallo cuando Córdoba desvió la pelota que se aprontaba a contener el portero chileno Luis Cabrera. Con el 0-2 nada bueno podíamos esperar ante ese tremendo adversario. Sin embargo, en el segundo tiempo la cosa varió. Nuestros delanteros incursionaban muy bien dejando ofuscados a sus defensores, el partido se había inclinado. Ahora eran los chilenos los que demostraban sus pericias, Raúl Toro hacía uno pases mirando para el otro lado en que iba dirigida la pelota, jugada que desconcertaba a los defensores albicelestes y, faltando 15 minutos, colocó una pelota hábilmente lejos de Estrada ante el asombro de la multitud que temió por el resultado final, pues el ‘Chico’ Ojeda se perdió dos goles cantados.
Al final del partido los hinchas se fueron del estadio con un montón de dudas acerca de su potencialidad. Fue tan extraordinaria la actuación nacional, que los dirigentes se “rajaron” con una parrilla a todo dar, a la cual asistieron todos menos Ojeda, el que no paraba de llorar por lo que pudo saber sido su noche más gloriosa y, castigándose a sí mismo, no quiso salir del hotel. Al final de la cena los discursos y agradecimientos por la estupenda participación ante el dueño de casa, hicieron que las esperanzas de una buena ubicación final rondaran en nuestras perspectivas.
Apareció al día siguiente el entrenador de la Selección argentina y solicitó una reunión privada con la directiva nacional, lo que pensamos se debía al buen debut que tuvo la nuestra, pero lo que presentaron fue la petición de que se mantuviera con nosotros a un muchacho joven y desconocido que aún no cumplía 19 años y que estaba en la nómina argentina, el que podía ser avasallado por la personalidad de las tremendas figuras ya consagradas que tenía su Selección. Y cuando lo presentó parecía un chileno más por su figura delgada, moreno y, curiosamente, bastante callado en comparación a sus connacionales. Se adaptó con mucha facilidad a las normas que el entrenador d Chile, el uruguayo Pedro Mazullo, ordenaba, hacía los ejercicios y completaba el equipo de reserva en los entrenamientos. Su nombre, digamos por ahora, era Vicente. Mientras tanto pasamos la fiesta de año nuevo y, si hubo algunos lagrimones, creo que se debió más a la cantidad de sidra que se consumió que a cualquier otro motivo.
Como tenía bastante tiempo entre los tempraneros y nocturnos entrenamientos, por el enorme calor reinante, entremedio de esos lapsos me arrancaba del hotel para vagabundear por la ciudad. Caminaba hacia el centro por calles que, en determinado punto, cambiaban de nombre como Lima por Cerritos, o su paralela Bernardo Yrigoyen por Carlos Pellegrini. Eran manzanas que, decían, estaban destinadas a desaparecer por cuanto se proyectaba una avenida inmensa, la que sería “la más ancha del mundo”. Mientras tanto, ya había algunas casas demolidas para tal efecto, las que daban un aspecto de lugar terremoteado. Varias veces llegué hasta la plaza en que, entre estas dos calles, se había inaugurado unos meses antes el Obelisco, monumento que ya lo bautizaron sus rivales uruguayos como el “pincha papeles de la ciudad”. También se había estrenado la anchura de la calle Corriente, de la que se aseguraba “nunca dormía”, por la importante cantidad de lugares nocturnos que les llamaban Confiterías, y no faltó que la Diagonal Norte me emborrachara la perdiz y debiera preguntarle al “botón” (policía) por cómo volver al hotel.
El subte me maravilló y, la primera vez que subí, no sé cuántos viajes hice sin bajarme en los terminales. Miren, exclamaba, un tren subterráneo que corre por debajo a pesar de que por encima había una red impresionante de tranvías y buses. Además, tuve que ir acostumbrándome al mayor problema que se me presentaba, pues cuando quería conversar, tanto con los grandes como con los de mi edad, usaban un vocabulario que no entendía. Me llamaban “pibe”, decían “macana” a cada rato, “atorrante” era una salida permanente, “al pucho” reemplazaba nuestro “al tiro”, “chamullar” es hablar y comer es “morfar”. También agregaban “boludo” para referirse a una persona que además incluía, para mí un insultante “hijo de puta”, el que era tomado con mucha naturalidad, cuando en el liceo que alguien te “sacara la madre” significaba trenzarse en una áspera lucha en defensa del honor de nuestra progenitora. Y el desayuno, nos decía el mozo, había que pedirlo: “feca con chele y corroma con cateman” (café con leche, pan y manteca). Ya veo decir esto en Chile, me mandarían a la punta del cerro. En las noches aparecía el “guapo malevo”, especie de dueño nocturno del barrio, un tipo cuya apariencia intimidaba, traía su cuchillo al cinto, pañuelo al cuello y el “gacho” sobre los ojos, y les recomendaba a los muchachos un “quilombo” que estaba a una cuadra. A su música le llamaban “gotán” (tango) y, lo que más me llamó la atención, fue que su mayor cantor era el ‘Mudo’, cuando oyendo sus discos se le notaba clarito la voz.
Domingo 3/01/1937
El estadio de Boca Juniors inauguraba su iluminación con el match de Brasil con Chile. Tan pronto entramos nos dimos cuenta de que cualquier “ampolleta de pueblo” alumbraba más que esas 2 que estaban empotradas en unos postes. No se veía nada de nada y la pelota ni siquiera se distinguía. Entra el equipo brasilero vistiendo la camiseta “xeneise” para congraciarse con la hinchada local con el exclusivo fin que los apoyara. Menos mal que sus colores oscuros no resaltaban en la penumbra, así que estimo que “les salió el tiro por la culata”. De entrada nos hicieron dos goles, y después nos avisaron que empatamos a 2, puesto que esos 4 tantos no supimos cómo fueron, y que el primer tiempo terminó favorable a ellos por 5-3. En el camarín el portero Luis Cabrera, alias ‘El Viejo’, pidió cambio pues no veía nada. Ingresó Eugenio Soto y después contaría que le pasó lo mismo. Al final se perdió 4-6.
Jueves 7/01/1937
Hoy me festejaron mi décimo cumpleaños y en el entrenamiento me pasearon jocosamente en andas, como si hubiera hecho el gol del triunfo. El que más me abrazaba era el ‘Chico’ Ojeda cuando le conté que en Peñablanca era vecino de su ídolo y compañero de equipo Carlos Giudice.
Domingo 10/01/1937
La gran noche de Chile estuvo al ganarle a Uruguay y con baile por 3-0 en la cancha del Gasómetro. Toro, Manuel Arancibia y otra vez ‘Toribio’, coronaron el marcador que pudo ser más amplio si el árbitro argentino Bartolomé Macías, que teatralizaba las jugadas peligrosas tal como fueron hechas, no cobró dos claros penales a nuestro favor, que al reclamárselo nuestro capitán Ascanio Cortés, estuvo a punto de expulsarlo. La gran figura del partido y alabado por todos fue el ‘Negro’ Guillermo Rivero, que en su puesto de centro half estuvo tan brillante conduciendo la línea de forwards como ayudando en la defensa. El triunfo se recibió con una alegría desbordante, y la cena duró casi hasta el amanecer, ya que por primera vez en la historia se vencía a los orientales, y nada menos que por goleada y con manifiesta superioridad. Si hasta los más callados de siempre como la ‘Chancha’ Moisés Avilés, el ‘Chorero’ José Avendaño y el ‘Gringo’ de apellido difícil de pronunciar, Eduardo Schneeberger, estuvieron a la altura de los más desordenados que dirigía el canchero ‘Chano’ Ascanio Cortés. Al día siguiente nos llevaron a pasear a un lugar muy hermoso llamado Tigre, que es el delta del río Paraná y, a pesar de ser muy mansas sus aguas, en el paseo en lancha hasta el Toro, lugar que fue objeto de bromas nuestro centro delantero, varios vomitaron lo comido la noche previa.
Domingo 17/01/1937
Nuevamente en el Gasómetro de San Lorenzo y Paraguay nos gana 3-2, a pesar que íbamos ganando 2-1 con dos goles de Raúl Toro Julio. Tremenda desilusión, pero todos decían que nos faltó un cachito de suerte. Algunos socarronamente les echaron la culpa a los litros de cerveza consumidos en la invitación a la planta de Quilmes del día anterior.
Jueves 21/01/1937
Último partido y con Perú se empató dificultosamente 2-2, casi al final.
En los dos días siguientes hubo chipe libre así que todos salieron como locos a comprar cosas para traer de regreso. Con mis padrinos visitamos lugares históricos y otros que no les pude decir que ya había estado en mis furtivas andanzas, como la Casa Rosada, la Catedral, el Cabildo y el Congreso. Partimos de regreso el domingo 24 cruzando los dedos para que Paraguay ganara al Perú ese día, sin embargo, los peruanos dieron la sorpresa al vencerlos por 1-0, así que por tener más goles convertidos quedamos quintos en igual puntaje que los “cholos”. Mientras tanto, Uruguay dio el batatazo al ganar a Argentina por 3-2, marcador que remontó al final, ya que los goles los convirtió después que el tanteador llegó a estar 3-0. Los dos tantos convertidos por Raúl Toro le permitieron convertirse en el goleador exclusivo del campeonato con 7 goles.
Entonces, en la última fecha, Argentina necesitaba imperiosamente ganar para empatarles en puntaje a los “cariocas”, y lo logró con un tanto de ese fabuloso wing izquierdo, llamado el poeta de la zurda, el ‘Chueco’ Enrique García. El muchacho argentino, al que ya considerábamos como uno más de nosotros, fue a despedirnos a la estación, abrazándonos y agradeciendo con esa gentileza muy suya de provinciano su grata permanencia, recalcando que en ningún momento vio un gesto o una actitud que lo desmereciera. Llamado por su entrenador a integrar el equipo que definiría con Brasil el campeonato, en el alargue hizo, a los 102 y 112 minutos, los dos goles que le dieron el título a Argentina del primer Campeonato Sudamericano nocturno 1936-1937. O sea un total desconocido que, repito, parecía por lo flaco, desgarbado y moreno, un chileno más, saltaba a la fama del fútbol continental y empezaría a ser conocido y vitoreado por su gran calidad como jugador. Su nombre Vicente ‘Capote’ de la Mata.
N. de la R.: Vicente de la Mata, el ‘Capote’ de la Mata (15/01/1918-4/08/1980), fue un delantero por la derecha rosarino, tanto como insider como extremo. Es uno de los máximos ídolos de Independiente de Avellaneda (1937-1950), con los que ganó el torneo argentino en 1938, 1939 y 1948. Con la Selección trasandina ganaría otros dos Sudamericanos, en 1945 en Chile, y 1946 en Argentina. En sus mejores años era capaz de llenar estadios por sí solo, tanto que la hinchada cantaba: “La gente se mata, por ver a De la Mata”.
Fuente: Vivencias propias
Foto principal: Memoria y Balance General 1936 de AFA